¿ Ha leído usted la revista de este mes ?
De cabo a rabo, hasta los anuncios.
Entonces se habrá dado cuenta del mal rato que se dan algunos colegas para regenerar la moralidad, tan decaída en nuestra profesión.
Sí ; me he dado cuenta ; pero como si no, amigo Pérez ; tiempo y trabajo perdidos.
Siempre tan pesimista, ¡ caray ! no es la cosa para tanto ; ya se sabe que hay muchos egoísmos muy mal entendidos, competencias ruinosas ; pero con buena voluntad todo se podría arreglar.
Conque, pesimista ¿ eh ? Pues siéntese para no caer y escuche : Como en los cuentos infantiles, un día, de Cuba vino un señor, aburrido y cansado de deambular por estas tierras, lejanas e inhospitalarias para él, y al pasar por Santander se paró frente a un escaparate de tintorería ; quedó un momento pensativo y, tocándose la frente, exclamó como Arquímedes : ¡ Eureka ! Le había brotado la idea luminosa, alquiló el local colindante, que en la época estaba libre, y cuatro días más tarde tenía montada una máquina «Offman», u otra parecida, para planchar al vapor, y puesta, naturalmente, bien a la vista para el «bataje» y enarbolaba en la fachada un rótulo, con el nombre ostentoso de la capital de Norte América, precedido de «Tintorería», y en medio del escaparate un rótulo anunciando el planchado de trajes a 2*95, limpieza a 6'5O. ¡ Figúrese el jaleo que se armó entre los tintoreros, que llevaban ocho pesetas por la limpieza de trajes ! ¿ Qué le parece que hicieron ?
¡ Qué se yo! Me figuro que lo primero reunirse y tomar medidas para combatir la competencia o, por lo menos, tratar de los medios para atajarla.
¡ Ay, amigo Pérez, qué infeliz es usted!
¿ Qué hicieron, entonces ?
Pues sencillamente bajar todos los precios, y quejarse los unos de los otros, culpándose mutuamente de la rebaja de dichos precios.
Bueno, bueno ; siempre lo mismo ; pero ¿quién hacía el trabajo de este.,, señor?
Primero un tintorero de los aficionados, y luego se hizo de cuatro trastos, contrató un joven que había sido empleado en una tintorería y que ascendió al título de maestro en la nueva tintorería.
Pues, amigo, está visto que este oficio, con estos intrusos, se está poniendo bueno ; es como para mandarlo a los demonios.
No se levante, no se levante, que ahora viene lo mejor. En una villa a 70 kilómetros de Santander, varios o casi todos los tintoreros de esta ciudad, tenían depósitos sucursal para recoger los encargos como es costumbre de los tintoreros en casi todas las ciudades, en dicha villa puso también sucursal otro intruso establecido en otra villa intermedia, y para amolar a sus colegas, dio de alta a la contribución su sucursal, y denunció a las demás a la Hacienda, seguramente con el fin caritativo de quitarles de en medio, figurándose, con o sin razón, que entre contribución, comisión y portes, el margen de ganancias sería tan reducido, si no se trocaba en pérdidas para algunos, que seguramente la mayoría quitarían sus sucursales y dejarían el campo libre. ¿Y qué resultó ? ¿ No le gratificaron, no le mandaron algún regalo, alguna... tarta, algo para demostrar su agradecimiento ? Sí; para regalos estaban todos. Lo que hicieron, fue lo que se había imaginado el intruso : algunos tomaron la determinación de recoger los trastos, y otros siguen y seguirán para que no digan y por el refrán de siempre : «Lo que pueda hacer éste, yo también lo puedo hacer».
¡ Esto es una vileza! ¡ No tiene calificativo ! ¡ Parece increíble que haya gente que recurra a tales procedimientos !
Esto demuestra sencillamente la calidad de los intrusos y lo que se puede esperar de estos señores, que, incapaces de luchar con un trabajo bien presentado y terminado, recurren a medios desleales para la competencia. Y ahora, dígame amigo Pérez si no tengo razón para ser pesimista.
La verdad es que hay como para perder el juicio. Pero entre todos, ¿no se encontrará un medio para acabar de una vez con esta plaga y tanta mala fe?
¡ Pero cómo se va a encontrar si todo es platónico, y hasta existe enemistad entre casi todos los tintoreros, maquillada por mucha retórica, palabras huecas y mucha diplomacia, que no sirven más que para camouflé la sana intención de favorecerse en perjuicio del colega, y lo que afeamos en los intrusos, lo vemos a diario hasta entre los tintoreros asociados ! Hasta que no se cambie de criterio, por nuestra desgracia, no habrá solución, amigo Pérez, y conste que no digo esto por defaitismo ; todo lo contrario : es deseo de afear y sacar en relieve la mala conducta de algunos para redimirnos y buscar la confraternidad y el bien para todos.
EMILIO MARTINAL
Publicado en el Nº 77 última edición de "La Tintorería" Junio de 1936