El traje que anuncia el tiempo

{jcomments on}EL cambio de tiempo no lo marca el almanaque ni las isobaras. Sevilla en abril tiene cintura de mujer y cada rincón es un consulado de explosión primaveral. Pepe, el panadero de San Bruno, que celebra su cumpleaños cada aniversario de la II República, lleva una cazadora con manchas de grasa a la tintorería. Dos planchas a toda pastilla. Un señor mayor lleva una túnica de nazareno. A la izquierda, media docena de trajes de gitana. De flamenca las llama con propiedad y rigor Rosa María Martínez en su estudio antropológico.



"Han entrado muchísimos trajes, y los que tienen que entrar", dice Ana Lora Cabello, sevillana de la Campana, manijera con su destreza en los pliegues y el planchado en este cambio de tiempos reales y mentales.

"La mayoría de túnicas de nazareno ya están limpias y devueltas". Esta tintorería abrió hace quince ferias en la plaza de San Lorenzo y después se estableció en Feria y Peris Mencheta. Las planchadoras con esos cuerpos ausentes pero insinuados componen un cartel de fiestas primaverales. Es la principal receta contra la crisis, una catarsis mucho más eficaz que las medidas del plan Zurbano.

El Jueves es una pasarela de trastos y cachivaches que arranca en la Cruz Verde con una retahíla de trajes de flamenca. Los que están en el suelo cuestan a 35 euros, según el precio que pregona el vendedor. Uno lo han colgado de una señal de Ceda el Paso. Hermoso guiño gestual de cortesía, como si fuera una instrucción del Tratado de Bailes del maestro Otero. Trajes de flamenca y libros de saldo en el mismo expositor de la esquina. ¿Qué libro me pongo?, parafraseando la sección que mantiene Raquel Revuelta en su revista SurRealista, que abrió una delegación norteña en La Coruña. Chema Gálvez Casanova tiene un amplísimo muestrario de trabajos de cerámica. Está haciendo trajes de gitana: familia con churumbel escoltada por cinco guardias civiles, un dibujo que encontró en un bar y que está reproduciendo con pasión miniaturista.

Es el uniforme de los días que vienen. En la portada más aérea del siglo y medio de Feria, se preparan en los hangares de la moda estos volantes de la belleza aerodinámica. La tintorería es la puesta a punto de la que tiene traje. El mercadillo, el recurso socorrido de la que no lo consiguió y quiere hacerle un quiebro a los agoreros de la crisis. El baile de cifras es implacable. Sevilla acoge el primer Congreso Mundial de Sevillanas, el mester de juglaría de la primavera, un arte devaluado por la santurronería y el marketing.

Sevilla le tiene envidia a sus sevillanas porque este topónimo de lunares y tacones es tan universal como el propio lustre de la ciudad. La letra con traje entra. En las bodas de oro de Lina, maestra del diseño autóctono, y en los cientos de talleres anónimos de los que sale la uniformidad menos uniforme de la moda meridional. Trajes de las naves de polígonos industriales, de costureras a domicilio. La mujer es el traje. El hombre, el trajín. Discriminación positiva con letra y música. El traje de flamenca es la sinécdoque de la fiesta: es lo que es y lo que representa. Andy Warhol hubiera hipotecado media Factoría por encontrar un diseño con tantísima fuerza. La ropa que anuncia el tiempo: ceda el paso.

Trabajan a destajo en la tintorería. No hay manos suficientes. Dejan en depósito mantas y edredones, la heráldica de las inclemencias que convirtió Sevilla en un Bilbao sin guggenheim, un Londres sin big ben a la que habían dejado sin primavera. Feria, se lee en el rótulo de la calle. Nombre que debe al mercadillo más antiguo de Europa. A antigüedad no le gana nadie a esta ciudad: el puerto fluvial o el poblado chabolista más antiguos del continente. Estos trajes son el contrapunto de la modernidad. Siempre están ahí colgados de las perchas del tiempo cualesquiera sean los pronósticos bursátiles o financieros.

De la túnica a los volantes. La transición más sevillana. La Semana Santa y la santa semana. La fiesta sagrada y la fiesta, que es sagrada. El real de la Feria es también un traje de volantes de quita y pon que está a punto de salir de la tintorería del urbanismo más fugaz. Ya huele a Feria, estribillo del subconsciente colectivo que para unos es deseo y para otros amenaza. Sevilla tiene nombre de mujer y por eso rechinan por obvios, paraguas en la playa, los discursos feministas, las reivindicaciones de cartón piedra.

En Feria Sevilla se viste y se inviste. Es Lovaina y Florencia, Oxford y la Sorbona. El abril sevillano goza de mejor salud que el mayo francés. Tuvieron que recurrir a una italiana para recomponer la grandeur, pero si Carla Bruni quiere ser emperatriz tiene que lucir un traje de volantes.

Articulo extraido del Diario de Sevilla

 

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