El miedo

El miedo El miedo
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Una noche de octubre de 2020,hablando con Josep, recordé un video montaje que hice hace unos años. Lo hice porque en esa ocasión aprendí algo que me pareció importante. Como de costumbre no tiene nada que ver con la tintorería (o si).
El video (tan pastueño como yo mismo) habla de nuestro entorno y de cómo tenemos que apoyarnos en él para superar los retos a los que nos enfrentamos.
Habla de buscar la belleza de las cosas, habla de avanzar, del amor y de crecer.
Tiene además una música preciosa, “Play me” una canción escrita en 1972 por Neil Diamond y dura 4 minutos.


El esquimotaje es una maniobra de desvuelco de una canoa o un kayak, realizada con una serie de movimientos que nos permiten recuperar la posición normal sin abandonar la embarcación.
Es una maniobra clave, y saber ejecutarla cambia la vida del piragüista de aguas bravas.
Los piragüistas se suelen iniciar en este deporte a los siete u ocho años de edad, y pronto todos ellos se enfrentarán con un amigo que los acompañará muchos años: el miedo.

En este deporte, cada pequeño avance es un doble avance, pues ha de superar la cuestión técnica y además ha de superar el miedo. De los dos, es el miedo el más difícil sin ninguna duda.

Cuando el niño o la niña crece en el rio, superando miedos y progresando técnicamente acaba convirtiéndose en un o en una piragüista. Y desde ese momento lo será siempre, independientemente de si sigue remando o no.

Es la intensidad de las experiencias vividas en este deporte las que marcan y forjan su carácter dentro y fuera del agua. De todos los aprendizajes relacionados con el piragüismo tales como el esfuerzo, la templanza, la perseverancia, el respeto, la superación y otros, es para mí, la gestión del miedo el más interesante.

Llevamos casi 8 meses de pandemia y no tenemos ni idea de cómo estaremos mañana, dentro de un mes o dentro de un año. Dejando a un lado la cuestión sanitaria, el golpe económico está siendo enorme. Todos tenemos negocios que se han visto afectados por la situación.
En el mejor de los casos nos encontramos preocupados, cuando no abatidos o desanimados. En el peor de los casos estamos angustiados o deprimidos.
Dormimos peor, estamos más irritables, más intranquilos. Es la ansiedad, el desasosiego de no saber qué pasará, de cómo saldremos de esta, de qué debemos hacer.

Lo llamamos de muchas formas, pero solo tiene un nombre: miedo.

Tenemos miedo. Todos lo tenemos. Pero somos adultos y a lo largo de los años hemos aprendido a gestionarlo. Hemos buscado estrategias que nos permiten continuar con nuestros roles cotidianos, mamá, papá, vecino, tío, jefa, tintorero…
Cada uno tiene sus estrategias, las suyas, porque ninguno fuimos a la escuela de gestión del miedo. Somos autodidactas también en eso.

En el verano del 2010 Aldara, mi hija pequeña, estaba a punto de hacer su primer esquimotaje. Disponía de los conocimientos necesarios y tenía una técnica más que suficiente para lograrlo. Pero tenía miedo. Un miedo horroroso a volcar, un miedo paralizante, un miedo destructor de pensamientos.

Salía de casa dispuesta a hacer el esquimotaje, llegaba al rio, se cambiaba de ropa, se metía en su kayak, remaba, incluso volcaba a propósito, pero en el momento en que su cabeza tocaba el agua, tiraba de la anilla y salía nadando afuera de la embarcación. Era superior a su voluntad. Hacía meses que estaba así, estancada. Y lo que es peor, ya no iba contenta al rio. Ya no era dueña de sus decisiones. Su amigo el miedo, las tomaba por ella. Se volvió irritable, ansiosa, triste.

Una tarde organizamos una sesión de esquimotajes para las cuatro primas piragüistas, pero en realidad la sesión era para ella. ¿Cómo podría mostrarle que ya estaba preparada? ¿Cómo hacer que fuese ella la que tomase nuevamente sus decisiones?¿Cómo quitarle ese velo de la cabeza?

Fue una tarde muy larga, de esas en que parece que el sol no tiene ninguna prisa. Hubo tiempo para todo. Hablar, probar, enfadarnos, llorar, pensar… reir…
Ese día descubrí que solo existe una manera de hacer las cosas. La de cada uno. No la mía, sino la de ella. Yo tan solo podía ayudarle a descubrir cuál era su manera.

Hablamos del miedo, de cómo crece, de cómo afecta a todo en la vida, y de cómo podía dejar de alimentarlo para volverlo débil. Hablamos de confianza, confianza en uno mismo y confianza en el otro. Yo estaba allí y no dejaría que nada le ocurriese. Pero nada le iba a ocurrir porque ella no me necesitaba. Ella sola era capaz de hacerlo.

Hablamos del valor, que es el ánimo necesario para no dejar que el miedo piense por nosotros. El miedo seguirá estando ahí, dentro de nuestra cabeza, pero gracias al valor, lo oiremos y no le haremos caso. Hablamos de todo, menos de piragüismo.

Esa tarde del verano de 2010, en el rio, Aldara hizo su primer esquimotaje. Y después, en ese mismo verano hizo mil esquimotajes más, hasta automatizarlos.
Pero el primero fue el importante, porque con el primero fue cuando empezó a aprender cómo funciona el miedo y en qué puedes apoyarte para superarlo.

Ahora, en 2020 vuelvo a preguntarme otra vez ¿Cómo nos enfrentamos con el miedo? ¿Qué podemos hacer para gestionarlo correctamente?
Y sigo sin saberlo. Sigo pensando que cada uno ha de buscar su manera propia de hacerlo. Los demás solo podemos ayudarle a encontrar esa manera.
¿Cómo? Estando ahí, apoyando, sosegando, creando un ambiente sereno, buscando la sensatez, ofreciendo consuelo, proponiendo soluciones. Siendo lo que somos, padre, hermana, tío, vecina, amigo, abrazo.

¿Porque no nos enseñan nada de esto en la escuela?

 

BARBOUR

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