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Historia de la Tintorería

La Tintorería: 1ª parte
El Arte de colorear los tejidos

Con ésta, iniciamos dentro de la sección “Historia de la Tintorería”, la primera de las tres partes dedicadas a la historia, evolución y actualidad de la Tintorería, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días.En esta primera entrega se ofrece al lector, una visión de conjunto desde sus más ancestrales orígenes, hasta la moderna tintorería de finales del siglo XIX, en la que aparecen los primeros colorantes artificiales.
Sirva pues esta pequeña muestra para ofrecer una modesta ampliación de la cultura y el arte de la tintorería, quizá un tanto olvidada en nuestros días.

Origen de la Tintorería en el Imperio Romano

Posiblemente el trabajo más importante en la industria de la confección romana era el de los encargados de su limpieza, o el de las tintorerías (“fullonicae” en latín). Las tintorerías servían a ciudades enteras, en ellas se hacían tintes, se lavaba y secaba ropa de todo tipo. Las tintorerías (fullonicae), como comprobado en las ruinas de Pompeya, eran a menudo más grandes que otros tipos de negocios, a fin de acomodar el gran equipo necesario, así como atender al gran número de clientes cotidianos. Este tipo de negocio también requería un alto numero de empleados y probablemente que el dueño era uno de los patrones más importantes de la ciudad.

La típica fullonica necesitaba tanques para el lavado, los tintes y el aclarado de la ropa, así como espacio para secar y planchar. La ropa generalmente se lavaba en orina humana o de animales (caballo, camello, …), que era recolectada de los servicios públicos (letrinas) de la ciudad, de vasijas que se encontraban en las esquinas de las calles para que la gente utilizara para aliviar sus necesidades y también posiblemente importada de zonas periféricas. Los “fullones” pisaban y machacaban con los pies la ropa que yacía en las vasijas de lavado con una mezcla de agua y orina. También se recurría a una mezcla de agua y un tipo de tierra o posiblemente arcilla que ayudaba a eliminar los residuos de grasa.

La ropa pasaba a la etapa de secado bajo el sol o al aire libre. Una vez seca la lana era cepillada y cardada con piel de erizo o plantas de la familia de los cardos. La ropa se colocaba entonces en una cesta denominada “viminea cavea” que se colgaba sobre vapores de azufre con el fin de blanquear el tejido. Finalmente se le aplicaba una tierra o arcilla blanca al tejido para blanquearlo aún más. Por ultimo se pasaba por el pressorium (planchado).

Para teñir la ropa, los fullones empleaban pigmentos procedentes de plantas y de algunos tipos de marisco. Después de lavar y teñir la ropa, se aclaraba en tinajones con agua y luego se pasaba al secado. La ropa se colgaba en cuerdas o en estantes en la azotea de la tintorería para secarla al sol. En ciudades con una densa populación, se les permitía a las tintorerías secar un poco de ropa a los lados de la calle.




La Tintorería en la Edad Media

El instinto de imitación humano hizo nacer el arte de la tintorería. El hombre aplicó para colorar los objetos, aquellos productos que la naturaleza podía proporcionarle, como materia colorante, sin gran esfuerzo. Los pueblos más antiguos, como la India, Persia y China, practicaron con maestría, en remotísimos tiempos, el arte de la tintorería, sinviéndose, entre otras materias colorantes, del índigo, rubia, catecú, diversas cochinillas, etc. Los fenicios, pueblo industrioso e industrial, conocieron también dicho arte, y la púrpura de Tiro, es una prueba de lo lejos a que habían sabido llevar los métodos y procedimientos de tintura. Homero, Herodoto, Plinio y Estrabón, en sus obras, hablan del estado de la industria tintórea entre los antiguos egipcios, griegos y romanos, y ponderan sus telas teñidas con bellísimos colores. Los tejidos egipcios que, en profusión asombrosa, se conservan aún de las dinastías anteriores a la era cristiana, prueban que en aquel entonces ya se recurría al empleo de mordientes. Por su parte, los romanos establecieron, distintos métodos de tintura con los que crearon muchos colores; emplearon la rubia en forma de lacas, conocieron el pastel y el índigo y usaban la púrpura extraída de varias especies de animales.
En el siglo V la invasión de los bárbaros del norte extendió tupido velo a todas las artes e industrias y estancó la ciencia, particularmente en Occidente, que quedaron refugiadas en Oriente. Hacia fines del siglo XII reapareció el arte de la tintorería en Italia gracias a las relaciones comerciales que los venecianos y genoveses sostuvieron con los países orientales, creándose gran número de talleres de tintorería en Génova, Florencia y Venecia. Los genoveses fueron los que establecieron las primeras fábricas de alumbre en Europa, entre otras las de Tolfa, que subsisten aún, cuyo producto, por no contener trazas de hierro, conviene para todas las operaciones de tintura en las que aquel metal sería nocivo, al mismo tiempo que su empleo contribuye a aumentar la viveza de los tintes. De éstos se hicieron famosos el carmesí y el negro, de Génova, cuyo proceso de obtención lograron mantenerlo secreto los genoveses hasta mediados del siglo XVIII. Entre los tintoreros célebres de Génova, merece citarse a Paolo de Novi, que fue dux de la República Genovesa en 1507. En la Biblioteca Nacional de Florencia se encuentran manuscritos de principios del siglo XIV en los que figuran recetas para la tintura, y en ellas se habla de la rubia, del pastel, del quermes y otras sustancias tintóreas parecidas. En dicha época, un tintorero florentino apellidado Oricellari, descubrió la orchilla, con la que se obtenían tonos violáceos, y fue tanta la fama que por ello ganó Florencia, que la República florentina le otorgó un título de nobleza. En cambio, las tintorerías venecianas lograron gran nombradía por la tintura de escarlata, que alcanzó entonces el grado máximo de perfección, dando lugar a que se la distinguiera con la denominación de escarlata de Venecia.
A dicha ciudad le cabe la gloria de que hayan visto la luz en ella los primeros libros que tratan del arte de la tintura, pudiéndose citar, al efecto, el libro titulado Maraviglia dell arte dei tintori, publicado en 1429 y reimpreso en 1510, el cual es una recopilación de las operaciones empleadas para teñir. Por él se ve que los tintoreros venecianos, entre otros productos, empleaban el alumbre, vitriolo, agallas, orchilla, quermes, rubia, gualda y el pastel.
Por otra parte, España, gracias a la influencia de los árabes, conoció muy temprano, también, los secretos del arte de la tintorería, que se practicó con maestría (la tintura al rojo escarlata lo prueba), pero sin que se influyera en su progreso. Luego, el descubrimiento del Nuevo Mundo, dio lugar a la importación de nuevas materias tintóreas, como la cochinilla, palo del Brasil, campeche, achiote, etc., con las que el arte de teñir experimentó un nuevo y real impulso. Los antiguos tejidos que se conservan del Imperio de los incas atestiguan el grado de perfección a que habían llegado los indígenas de América en el empleo de plantas tintóreas. Los aztecas se hallaban también a un relativo nivel de perfección en la práctica de la tintura.
Desde Italia irradió el arte de teñir en todo el Continente, y de un modo especial en Alemania, donde las tintorerías de Turingia se hicieron famosas por sus tintes a base del pastel, y a Francia, donde el arte de teñir logró la máxima reputación en el siglo XVI por la tintura de la lana en escarlata, a base de la aplicación de las sales deestaño sobre la cochinilla, descubrimiento éste que hizo célebre al tintorero Gobelin. Este apellido ha sido perpetuado en por los productos que salen de la manufactura de tapices del estado francés, los cuales se les da el nombre de Gobelins, por haberse instalado aquella en el edificio que antes ocupara el reputado tintorero.

En el siglo XVII la teoría de la tintura empezó a ser estudiada científicamente por las corporaciones europeas más doctas en aquel entonces y, de un modo especial por la Academia Francesa y la Real Sociedad de Londres. A últimos de ese siglo, en 1691, un catalán, Phefio

Mayo, publicó un pequeño libro que vio la luz con el título “Remallet de tinturas i breu modo de donarlas a totas robas de llana, telas i fil, ab lo modo de beneficiar alguns ingredients necessaris per los Arts de la Tintura i Parayria”, el cual consistía en una recopilación de recetas de tintura de todas partes de Europa.

En 1710, el alquimista berlinés Diesbach descubrió el azul de Prusia, la única materia mineral azul empleada en tintura, que logró ser aplicada sobre fibra en forma sólida al lavado, gracias a las enseñanzas de Macquer, en 1749. Vanguelin introdujo en 1797 las combinaciones de cromo en tintura. En 1815 se produjo el pardo de manganeso sobre fibra por Hartmann, y en el mismo año el pardo catecú por Kurrer. Hacia el año 1830 se preparó industrialmente el negro campeche sobre cromo. A pesar de esta serie de descubrimientos, la tintorería permaneció aún como arte empírica, hasta que algunos sabios franceses, fundándose en los progresos de la química, establecieron, en los comienzos del siglo XIX, los principios teóricos de la tintura.