Futuro y Tintorería

La Sibila de Cumas nació en Eritra, una de las 12 ciudades de la Liga Jónica (en la actual Turquía), pero pasó casi toda su vida en Cumas una ciudad de la Magna Grecia, en lo que hoy es el en el sur de Italia. 
Tuvo el don de la profecía desde su nacimiento.
Apolo, el dios que le susurraba sus profecías, le concedió un deseo: -Pídeme lo que quieras – le dijo.
 Y ella, cogiendo un puñado de arena con la mano, le pidió vivir tantos años como granos de arena tenía en su mano cerrada.
El dios le concedió el deseo sonriendo con malicia. La adivina no le había pedido mantenerse joven. 
La Sibila vivió más de mil años, pero pasó la mayor parte de ellos encerrada en el templo de Apolo de Cumas. Allí se fue consumiendo y arrugando como un pergamino reseco.
En una ocasión la Sibila se presentó ante Lucio Tarquinio “el Soberbio”, el rey romano. Quería venderle nueve libros proféticos a un precio desorbitado.
 Tarquinio se negó a pagar dicha cantidad de dinero, así que Sibila apartó tres de los nueve libros y los quemó. Todos vieron horrorizados cómo ardían los libros proféticos, y cuando ya solo eran cenizas, Sibila le ofreció los seis libros que quedaban intactos al mismo precio anterior. 
El rey Tarquinio, que por algo era llamado el Soberbio, se negó de nuevo y la Sibila quemó otros tres libros.
Ya solamente quedaban tres libros, y temeroso de que se perdiesen tantas y tan valiosas profecías, el rey acabó pagando por ellos el precio inicial de los nueve. 
Los libros fueron guardados en el templo de Júpiter Capitolino en Roma y se consultaban en las ocasiones especiales. 
Se les llamó los Libros Sibilinos.
Los libros permanecieron en el templo unos 400 años hasta que en el 83 a.C. ardieron en un incendio en el templo. A pesar de tan enorme pérdida, se recopilaron las profecías a partir de copias existentes en otras ciudades del Mediterráneo y se guardaron en el templo reconstruido. 
En el 12 a.C. Augusto los mando depositar en el templo de Apolo Patroos, en el monte Palatino. Allí permanecieron casi  400 años más, hasta el año 405 de nuestra era, cuando Flavio Estilicón los mandó quemar ya que sus predicciones no le favorecían. 
 

¡Hola Mundo Tintorero!  Hace meses que no escribo. Demasiado. Por eso ahora lo hago con algo de vergüenza, como quien no ha cumplido las expectativas.

Las causas de esta larga pausa han sido varias, pero la principal, la importante, es que no sabía que contar.  Dicho de otra forma, no quería explicar historias deprimentes sobre la decadencia de nuestros negocios, sobre estos tiempos de vacas flacas para nuestro sector. 
Vivimos tiempos inciertos. No me gusta el camino que como sociedad estamos tomando y lo que es peor, no me gusta el futuro que imagino, los tiempos que preveo en un horizonte cercano.
¡Pero tranquilos!, sabed que nunca he sido bueno adivinando el futuro.  
Tal y como ya expliqué en una ocasión, en 1989 cuando un compañero en la universidad me mostró el novísimo Windows, predije con rotundidad:” Eso no va a funcionar, tener que estar todo el rato abriendo y cerrando ventanas con ese artilugio que llamas “ratón” para poder desplazarnos por las tareas es demasiado lio, con lo fácil que es memorizar el código de cada tarea y teclearlo… Cuatro días va a durar Windows….”
¡Menudo ojo clínico! ¡Cómo para que me fichara el Oráculo de Delfos! Por eso no hay que hacerme mucho caso cuando hablo de lo que aún está por venir. No tengo ni idea, pero me encanta contar lo que ya ha pasado.
Durante casi mil años, en Roma antes de tomar una decisión importante, una decisión vital para el imperio, se consultaban los Libros Sibilinos. 
Los Libros Sibilinos estaban escritos es griego, ya que la Sibila cumana era griega y griega era la cultura antigua, la cultura de la mantiké (la adivinación). Y sus profecías estaban escritas en verso, versos con arte y mucho misterio. Los libros se abrían solamente por orden del Senado primero y del emperador después, y fueron consultados cientos de veces.
Los libros hablaron sobre Aníbal, sobre Cesar,  sobre el incendio del año 64,… los consultó Augusto, Tiberio, Majencio… Y así durante mil años, Roma decidió su futuro usando hexámetros griegos escritos por una adivina antigua. Una adivina capaz de leer el futuro escrito por los dioses. Ese destino determinado por fuerzas que no comprendemos, fuerzas que nos superan y que nos mueven a su antojo como hojas en el viento.
 

 Esta noche me he sentado delante del ordenador dispuesto a escribir algo para el grupo. Tiene que ser algo positivo, alegre, cercano, navideño, pero no se me ocurre nada. 

Pensaba escribir sobre la Navidad, pero en la tele llevan todo el día metiéndonos miedo con la variante Omicron esa. Me he acojonado y he llamado a la peque, que está estudiando fuera y que mañana vuelve a casa. Le he dicho que se haga un test de antígenos. ¡Qué cansino es todo!  ¡Qué extraña época nos ha tocado vivir! Es fácil angustiarse y pensar en qué nos deparará el futuro.
Y sigo sentado ante el ordenador y sin saber  sobre qué escribir. 
La Navidad es un buen tema, sí, pero ¿qué explico?  
Siempre me ha gustado la Navidad.  Los preparativos, la decoración navideña, reunirnos en familia, la nieve, el fuego en la chimenea,  comer mucho, los regalos, cantar. Me gusta hasta la literatura navideña. 
De niño me encantaba el Cuento de Navidad de Dickens, el de los tres fantasmas navideños que se le aparecen en Nochebuena  al solitario y tacaño señor Scrooge. 
El espíritu de las Navidades pasadas le muestra al odioso protagonista su vida juvenil, que rememora con melancolía. En esa época Scrooge era feliz, las cosas importantes no lo eran por su  valor monetario.
 El espíritu del Presente le enseña al viejo avaro, las condiciones de pobreza en las que vive su empleado y como, a pesar de ello, celebra la Navidad con ilusión. Le muestra su propio egoísmo y le muestra qué son y cómo nos afectan la Ignorancia y la Necesidad. 
Por último se le aparece el espíritu del futuro. El más terrible de los tres. Scrooge puede ver su casa saqueada tras su muerte. 
Ve su propia tumba y el olvido absoluto de su persona. Nadie lo llora, nadie lo recuerda. Nada queda de él.
Tras esas tremendas visiones,  el anciano se despierta y se convierte en una persona diferente. Decide ser amable y generoso y consigue entonces ser feliz.  Y colorín colorado…chimpun!
Siempre me gustó este cuento. 
Le he preguntado a mi familia qué significa para ellos la historia que cuenta Dickens y me han dado varias respuestas: Que no hay que perder al niño que fuimos, que hay que hacer el bien, que hay que ser solidarios, que el dinero no es lo único que importa…
El cuento tiene varias moralejas, pero la que más me gusta es la de: “lo que hacemos tiene consecuencias”. 
Lo que hacemos tiene consecuencias. Siempre.
Y eso no es tan terrible como parece. 
Porque si es así, quiere decir que el futuro no está escrito. Lo que ocurra dependerá de cómo actuemos.
El señor Scrooge, es capaz de cambiar su futuro cambiando su forma de actuar. Rompe el futuro mostrado en su visión simplemente obrando de forma distinta.
El futuro no está escrito.
Los romanos se pasaron mil años buscando respuestas en el lugar equivocado. 
Los Libros Sibilinos solo funcionaban porque actuaban como profecías autocumplidas.
Las profecías autocumplidas son definiciones falsas de una situación que provocan un nuevo comportamiento que logra que la falsa situación se vuelva verdadera.
Es fácil entenderlo con un ejemplo: el rumor falso de que una empresa va mal, es capaz de hacer bajar sus acciones y de lograr que los bancos le retiren los prestamos de manera que finalmente la empresa vaya mal.
Otro ejemplo clarísimo es La Vida es Sueño de Calderón. En esa obra de teatro, el príncipe Segismundo siendo un bebé es encerrado  en una torre por su padre el rey, ya que una profecía le advierte que, cuando el príncipe crezca, lo humillará venciéndolo en batalla.
Años después, Segismundo logra escapar  de su cautiverio y lleno de odio por quien lo tuvo encerrado toda su vida, organiza una revuelta para destronarlo.  Si la profecía no se hubiera hecho nunca, Segismundo seguramente habría crecido junto a su padre y habría sido un hijo amoroso. Jamás habría luchado contra su padre el rey.
 

El futuro no está escrito.  Nadie sabe qué nos traerá el mañana y venga lo que venga, lo afrontaremos, decididos, alegres, de frente.

Tengo la certeza de que no soy de los que tocan la música. La música siempre la tocan otros, pero lo que sí puedo hacer es decidir que hago con esa música, si bailar o desfilar. Y la verdad, prefiero bailar.  Podemos bailar con nuestro propio estilo, bailar lo mejor posible, con una sonrisa, con firmeza, y por qué no, con alegría incluso. Bailaremos y será lo más parecido al libre albedrío que podremos conseguir. Podremos hasta tropezar  bailando y caernos al suelo. Hace daño, duele, pero ¿qué importa eso? Te levantas y sigues.
No bailar a nuestro aire y desfilar, significa renunciar a la libertad, y eso nos lleva sin duda a la frustración y la infelicidad.
El futuro no está escrito, y venga lo que venga, lo afrontaremos, decididos, alegres, de frente.
Llega la Navidad y parece que la pandemia vuelve al ataque. Bailemos. No a lo loco, bailemos serenamente. Disfrutemos de la familia, pero con sensatez. Cuidémonos. Cuidemos a los que amamos. Pasemos una feliz Navidad.    
Estilicón destruyó los Libros Sibilinos. En ellos, se encontraba una profecía que se remontaba a la fundación de Roma. 
La profecía decía que Rómulo observó el vuelo de doce buitres sobre la colina Palatina. Eso, al parecer,  significaba que el poder romano duraría doce siglos. Los doce siglos se cumplirían en el tiempo de Estilicón. Los libros decían que Roma sería destruida de forma inminente y Estilicón destruyó los libros. Sin libros no había profecía. Sin profecía no habría catástrofe.  
Ese fue el motivo.
Siempre me he preguntado si Estilicón creía en un futuro ya escrito o en un futuro indeterminado. 
Yo creo en un futuro indeterminado. Un futuro en el que tenemos poder para  seguir nuestro propio camino. Un futuro en el que cada uno es libre de bailar como quiere. 
No será fácil. Nunca lo ha sido. Pero hay que salir a la pista y bailar.
El futuro no está escrito. Pero no podemos olvidar que, profecía autocumplida o no, los Libros Sibilinos acertaron en lo básico. 
En el 476 d.C., o sea 71 años después de la destrucción de los Libros y 1229 años después de la fundación de Roma, el Imperio Romano de Occidente desapareció cuando  el caudillo bárbaro Odoacro acabó con el último emperador Rómulo Augústulo.
Fue el fin del mundo, pero el mundo siguió bailando.
 
Pasad una Feliz Feliz Navidad y cuidaros muchísimo!
 


 

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